“Cada mañana es lo mismo: estoy frente a las vías del metro y no puedo controlar el pensamiento de que voy a empujar a mi mujer al foso.
Mi mente recrea el momento y lo que pasaría después, siento la adrenalina recorriendo mi cuerpo y una activación extraña.
Creo que me estoy volviendo loco, que en realidad soy un asesino, que deberían encerrarme. Intento con todas mis fuerzas no pensar, lucho contra esa imagen cada día, pero cada vez es más poderosa, cada vez es mas real, y estoy convencido de que algún día se me irá de las manos y lo haré”.
Este podría ser el testimonio de un padre de familia trabajador, atento y cariñoso, que adora a su mujer y se desvive por sus hijos.
Entonces, ¿qué puede llevar a una persona así a pensar de manera tan extrema? La respuesta está en las fobias de impulsión.
COMPRENDIENDO LAS FOBIAS DE IMPULSIÓN
Las fobias de impulsión consisten en el miedo a seguir un impulso, perder el control y hacer daño a los demás o a uno mismo.
El miedo a hacer daño a los demás o a uno mismo es un fenómeno íntimamente relacionado con la ansiedad, y las personas que lo sufren experimentan un malestar muy intenso.
Las fobias de impulsión pueden presentarse como un trastorno en sí mismo, o como parte de los síntomas del trastorno obsesivo-compulsivo, la ansiedad generalizada, el estrés postraumático, o en algunos estados depresivos.
Los pensamientos que aparecen en estas fobias surgen de forma involuntaria y normalmente están relacionados, paradójicamente, con hacer daño a las personas de nuestro entorno que más apreciamos, como la pareja, hijos, mascotas e incluso a nosotros mismos.
También pueden cobrar la forma de actos que la persona considera inmorales, acciones que atentan contra la ley, o que en definitiva desafían nuestro sistema de valores y principios. Por todo ello, los pensamientos característicos de las fobias de impulsión suelen generar fuertes sentimientos de culpa y vergüenza.
Estos impulsos no se corresponden con la voluntad real de la persona, no revelan nada sobre sus auténticos deseos, y nunca llegan a realizarse. Sin embargo, y precisamente porque el individuo sabe que no quiere llevarlos a cabo, vive la situación con mucha angustia y miedo a perder el control.
TIPOS DE PENSAMIENTOS DE IMPULSIÓN
Los pensamientos de impulsión más habituales pueden categorizarse en tres grupos:
Los relativos a uno mismo: como el impulso de saltar por el balcón, de colgarse, de tirarse a las vías del tren, estrellar el vehículo, realizar un acto homosexual (sin serlo), profanar una imagen sagrada o cometer actos pecaminosos (si se es religioso), hurgar en la basura (como una papelera de la calle), cometer un acto pedófilo (sin serlo), etc.
Los relativos a los demás: típicamente tienen que ver con hacer daño a nuestros seres queridos, clavándoles un cuchillo u objeto punzante, ahogándolos o estrangulándolos, empujar a alguien a las vías del metro o por un precipicio, etc.
Los relativos al entorno propio: como el impulso de abandonar un trabajo en el que se está satisfecho, o romper con la pareja sin tener ningún motivo o deseo real de hacerlo.
Aunque todos podemos tener pensamientos intrusivos, el problema aparece cuando éstos se vuelven recurrentes, obsesivos, y generan un malestar clínicamente significativo, interfiriendo en la vida de la persona.
ORIGEN Y MANTENIMIENTO DE LAS FOBIAS DE IMPULSIÓN
Una vez que aparece en nuestra mente uno de estos pensamientos, podemos simplemente ignorarlo y descartarlo. Esto ocurre muchas veces cada día, ya que nuestro cerebro está generando pensamientos constantemente, y en buena medida son absurdos e inútiles.
Por lo general los desatendemos y desechamos sin darles mayor importancia. Pero en ocasiones, sobre todo cuando atentan contra nuestro sistema de valores, puede ocurrir que respondamos a su vez con pensamientos como:
- ¿Por qué estoy pensando esto?
- Es terrible que sea capaz de pensar una cosa así..
- ¿Será que en realidad quiero hacerlo?
- Tal vez en el fondo soy una persona horrible.
- Algo tiene que estar mal en mí..
Así, al darle importancia y credibilidad al pensamiento, y juzgarlo como peligroso, es probable que aparezcan sentimientos de culpa y ansiedad.
Como resultado, es habitual que respondamos luchando contra el pensamiento, tratando de reprimirlo o eliminarlo, intentando pensar en otra cosa a toda costa, etc. El problema es que cuando intentamos no pensar en algo, inevitablemente acabamos pensando más y más en ello, lo que genera más ansiedad y culpabilidad, creando así un bucle del que es difícil escapar.
En un intento de huir de ese pensamiento que nos atormenta, y de la ansiedad que nos produce, podemos llegar a evitar aquellas situaciones, objetos, personas o lugares que tememos que puedan activarlo. Lamentablemente, esta estrategia es ineficaz y contraproducente, ya que las conductas de evitación, aunque puedan funcionar a corto plazo, van a agravar y mantener el problema, generando una mayor vulnerabilidad ante la ansiedad.
De esta forma, lo que originalmente era un pensamiento irrelevante acaba convirtiéndose en una obsesión.
LO QUE PIENSO SOBRE LO QUE PIENSO
Se ha señalado que el problema está en cómo reaccionamos a los pensamientos intrusivos no deseados, en esa valoración que hacemos de ellos como peligrosos.
Autoras como Amparo Belloch, Elena Cabedo y Carmen Carrió, han descrito algunas de las creencias sobre los pensamientos que están en la base de trastornos como el obsesivo-compulsivo y la fobia de impulsión y que, por supuesto, son erróneas:
- Sobrestimar la importancia del pensamiento: otorgar un significado personal relevante y negativo a la ocurrencia de los pensamientos, o de sus contenidos, como reveladores de la “auténtica naturaleza” de uno mismo. Atribuir un significado personal y negativo al pensamiento.