El sentimiento de culpabilidad aparece cuando pensamos en un evento del pasado y creemos que, si hubiésemos actuado de otra forma, hoy las cosas serían diferentes y mejores; o, que al menos, el suceso se habría desarrollado de una forma más positiva. Esta idea genera un gran remordimiento, porque hace que nos sintamos culpables directos de un daño que, supuestamente, habríamos podido evitar, y que además consideramos irreparable y con consecuencias nefastas.
¿Qué es la culpa?
Podríamos definir la culpa como un estado afectivo dominado por el autorreproche, que puede estar acompañado de sentimientos de indignidad personal y autodesprecio. El sentimiento de culpabilidad se encuentra en la base de la mayoría de los estados depresivos.
Como todas las emociones, la culpa también tiene una función adaptativa. Sirve para hacernos conscientes de conductas que consideramos negativas según nuestra escala de valores, y es necesaria para el buen funcionamiento del engranaje social y la interacción entre personas. Nos ayuda a evitar hacer daño a los demás. El problema surge cuando deja de ser adaptativa y la emoción se enquista, paralizándonos y generando una línea de pensamientos que pueden ser muy destructivos.
El mecanismo de la culpa funciona de la siguiente manera. Primero se produce la acción o conducta, que puede ser casual o premeditada. Después, la mente interpreta lo sucedido y elabora una valoración negativa de la acción, que se considera dañina y reprochable. Finalmente, tiene lugar la emoción desagradable que es la culpa, al sentirnos responsables de las consecuencias negativas de nuestra acción.
¿Cómo surge el sentimiento de culpabilidad?
La culpa tiene un origen social, y la intensidad de este sentimiento depende de distintos factores como la cultura familiar, el tipo de educación o los rasgos de personalidad. Durante nuestra educación, las personas vamos aprendiendo a diferenciar el bien y el mal, y a medida que crecemos se espera de nosotros que actuemos de manera correcta. A veces, la presión y la exigencia de nuestros educadores pueden internalizarse, sobre todo si todos los fallos o errores se recriminan con dureza. También se puede generar cuando las personas de nuestro entorno nos responsabilizan de sus fracasos, errores y miedos, y nosotros no somos capaces de poner límites.La autoexigencia o la impulsividad también pueden ser desencadenantes de sentimientos de culpa.
Una culpa sana y adaptativa es aquella que aparece cuando se ha provocado un daño real. Y es que la experiencia sirve para aprender a respetar las normas a las demás personas. La culpabilidad genera malestar, y hace que reaccionemos tratando de enmendar el daño y evitando que vuelva a repetirse. La culpa desadaptativa puede aparecer sin causa real, tras una valoración subjetiva y errónea de un hecho determinado. La emoción, en estos casos, no deriva en una solución o reparación del daño, y al no poder solucionarse, se instala de forma persistente.
Cómo gestionar el sentimiento de culpabilidad
Gestionar bien la culpa es fundamental para no quedarnos anclarnos en ella, y poder seguir adelante. Estos son algunos puntos sobre los que hay que trabajar:
Responsabilidad sin culpa
El primer paso es entender la diferencia entre ser culpable y ser responsable. La culpa está asociada a los juicios y al castigo, mientras que la responsabilidad es la capacidad de asumir las consecuencias de una decisión. Así pues, se trata de convertir esa culpa en algo de lo que nos vamos a hacer cargo. Para ello tenemos que admitir nuestro error, y acepar los daños que nuestra conducta haya podido provocar.
También hay que reflexionar sobre las razones que nos llevaron a actuar así, esto servirá para conocernos mejor. Si es posible corregir el error o pedir perdón, hay que dejar el orgullo a un lado y dar ese paso. El perdón no siempre llega, pero eso ya es decisión de la otra persona; lo importante es asumir las consecuencias y mostrar arrepentimiento. Aceptar la responsabilidad también implica aprender de la experiencia para no volver a cometer el mismo fallo.
Todo es relativo
El sentimiento de culpa, en ocasiones, magnifica los hechos. A veces creemos que hemos cometido una falta imperdonable y que nos merecemos lo peor por ello. Sin embargo, ni los valores morales ni la sensibilidad de las personas es la misma. En muchos casos, la actuación que ha generado culpa no ha sido tan horrible para merecer el autocastigo del remordimiento constante. También hay que valorar la intencionalidad de las acciones. ¿Queríamos lastimar realmente? ¿Hemos causado, de verdad, un perjuicio tan grave? Hablar con una tercera persona puede ser de gran ayuda para poder verlo todo de otra perspectiva.
Los errores son inevitables
La vida es ensayo y error; y gracias que es así, porque lo contrario significaría que los robots han conquistado el planeta. Los accidentes ocurren, y también las malas decisiones, y todo ello en contra de nuestra voluntad. Pero no todo está bajo nuestro control, y a veces no somos capaces de predecir las consecuencias de nuestros actos. Y como no tenemos una máquina del tiempo para volver atrás y rehacer el pasado, no queda otra que aceptar nuestra falibilidad, y aprender la lección que corresponda para seguir adelante.
Hablar de ello
El sentimiento de culpabilidad está muy ligado a la vergüenza, por eso tendemos a ocultarlo y guardárnoslo para nosotros. Al no sacarlo fuera, se hace grande, y de esta forma nos vamos sintiendo cada vez más indignos y despreciables, con graves consecuencias para nuestra autoestima. Como nosotros nos estamos juzgando con tanta dureza, nuestro gran temor es que los demás lleguen a conocer nuestros errores, y nos juzguen de la misma manera.
Puede que esta sea la parte más difícil por la propia naturaleza de la culpa, pero hablar de esto con una perso